miércoles, 6 de mayo de 2015

AL PASAR LA PÁGINA






  Esta historia es un cuento escrito a dos manos por Laura, mi hermana, y una servidora para felicitar su cumpleaños a mi madre en 2013. Además de un homenaje al amor por la lectura de mi madre, es un juego ya que cada hermana escribió un párrafo con la intención de que tratase de adivinar cual fue escrito por cada hija.


Que no podemos prever nuestro futuro es algo obvio. En principio algo que todo el mundo acepta, pero al mismo tiempo, un hecho al que muchas veces nos negamos, en un intento de convertir nuestro destino en las páginas de una novela.
La habitante de estas líneas pertenece a este grupo de reaccionarios. La asusta pensar en lo fortuito, por lo que se ha acomodado en una vida sencilla que si bien no la brinda grandes satisfacciones, tampoco desagradables sobresaltos. Tiene un mes de vacaciones, madruga, usa el transporte público, pasea entre semana cuando el humor se lo permite y los fines de semana trata de alimentar sus viejas amistades. No es infeliz, en definitiva, pero en el fondo, siente una carencia.
Esta mañana en concreto, es Sábado, por lo que en un intento de superación de la rutina, decide encaminarse al centro de la ciudad y visitar una librería de compra venta en la que de vez en cuando compra libros descatalogados con ánimo de coleccionista, que la permiten sentirse algo más especial. 
Una vez en la librería, capta su atención una novela ilustrada con una llamativa portada en azul. Parece una novela de aventuras, el tipo de historia que gira principalmente entorno a un romance conflictivo con duelos, secuestros y numerosas sorpresas, por lo que decide comprarla. Sentada en el autobús de vuelta a casa la hojea recreándose en las ilustraciones hasta que una pequeña hoja doblada cae a sus pies. Tiene la siguiente inscripción hecha a mano: "Si ya no quiere seguir siendo un espectador de su vida, busque a Gastón. Se la complicará". "Curiosa manera de llamar la atención", piensa nuestra heroína., y antes de darse cuenta se encuentra a sí misma revisando cuidadosamente el dorso del papel. Su curiosidad se desata, pero desafortunadamente, no hay nada más escrito allí.
¿Quién demonios es Gastón y porqué le complicaría la vida a alguien? Quizás es sólo una anotación manual, una contestación a un pasaje del libro que un ex-propietario entregado ha sentido el impulso de escribir. O tal vez una cita del propio libro que ha enamorado a su anterior lector.
Esas son claramente posibilidades, pero, siendo honestos, no resultan ni satisfactorias ni tan fascinantes como creer que Gastón es un ser real, por lo que Aúrea, abriendo por segunda vez el libro, comienza a devorar hoja tras hoja, en la búsqueda de una nueva pista.
El libro es un auténtico folletín, como los que puso de moda Alejandro Dumas padre en el siglo XIX. Narra la apasionante historia de Leonor, una bella e inteligente muchacha, enamorada de un apuesto e intrépido aventurero que resulta ser el hijo natural del señor feudal de la comarca, el marqués de Monteolinar. El mozo, al serle revelado el secreto de su nacimiento en el lecho de muerte de su madre, desesperado por su deshonesto origen, renuncia al amor de Leonor y parte a lavar su nombre luchando por su patria y por su Rey a lugares remotos. Como, avergonzado, no tiene a bien conceder a su novia una explicación de su marcha antes de ponerse en camino, ésta piensa que la ha abandonado y, por despecho primero, por aburrimiento y cierto interés por su peculiar carácter después, acaba cediendo a los requerimientos matrimoniales del marqués, ignorantes ambos contrayentes del parentesco que une al actual esposo con el antiguo amado.
El desenlace no desmerece en absoluto los requisitos del melodrama de aventuras: el antiguo amante regresa y alentado por la rabia y los celos, decide secuestrar a su antigua enamorada al sentirse incapaz de batirse en duelo con su propio padre. El marqués, desconocedor de la existencia de este hijo, moviliza a sus hombres de confianza ofreciendo una recompensa por la captura del indeseable. Mientras tanto, Leonor, aturdida, suplica el perdón de su captor, al descubrir tras un desmayo que espera un hijo del Marqués. Tras el descubrimiento de este hecho por su joven enamorado, este enloquece y la abandona, presto a la batalla con los hombres de su padre. Finalmente el joven es apresado, siendo su verdadera identidad descubierta por el Marqués, que desconsolado, decide liberarlo. Leonor y el Marqués deciden regresar a la villa y se despiden con lágrimas en los ojos del intrépido caballero que pudo ser hijo y esposo, que les despide sin volver el rostro, con la mirada altiva y la promesa de no volver a amar jamás.
La historia no deja indiferente, Aúrea puede sentir la rabia de Gastón, el hijo ilegítimo del Marqués, mientras su corazón late rápido, pero esto la devuelve al punto de partida ¿por qué alguien escribiría aquella nota sobre Gastón? Siente una mortal curiosidad, tan punzante que comienza a dibujarse en su mente la idea de regresar a la librería el siguiente Sábado y tratar de averiguar sobre el anterior propietario del libro.
Tras una tediosa semana cuyos días parecen arrastrarse minuto a minuto, hora a hora, llega por fin el ansiado sábado. Áurea, vestida no sabe porqué con su vestido favorito, unas medias gruesas y unas botas altas que le dan un aire de mosquetera que le parece muy adecuado para la ocasión, se encamina a la librería.
Pero al preguntar al librero por el antiguo dueño de la novela, éste no sabe darle razón del mismo. "Era parte de un lote de varios libros viejos que compré a un librero que liquidaba un negocio parecido al mío"-explica. Al insistir Áurea, con interés creciente, en que le facilite el nombre de dicho librero, su interlocutor aduce que lo ignora. Ante la cara de decepción de nuestra protagonista, relata la historia de la compra. Paseando por una calle de Cuenca, vio una librería antigua, con un cartel que anunciaba compraventa de libros y otro que avisaba de la inminente liquidación del negocio. Entró, vio y compró un lote que le pareció interesante, y eso fue todo. No preguntó por el nombre del librero, y tampoco recuerda el de la librería. Llevada por una fuerza irresistible, con una insistencia impertinente absolutamente infantil en la tímida, casi apocada, infinitamente correcta Áurea, ésta inquiere: "Y...¿no recordará usted ninguna característica, ningún rasgo distintivo del libro o de su tienda que pudiera permitirme buscarlo?". Ante lo cual el librero, con una sonrisa entre irónica y melancólica, responde: "Era un hombrecillo gris, de ésos que ningún novelista describe y ninguna persona recuerda".
Aquello parece el final de su búsqueda, pero Aúrea no puede rendirse. El misterio acerca de la notita se ha agrandado en su imaginación hasta alcanzar dimensiones hercúleas, así que tiene que pensar en un plan. Necesita encontrar al artífice de la nota.
Al llegar a casa decide que es hora de aprovechar la cara amable de la era informática, y una vez metida en su buscador favorito, teclea "librerías de compra-venta en Cuenca". No es una lista larga, aunque poco hubiese importado que lo fuera ya que no había ningún nombre en ella que la permitiese establecer el más mínimo indicio para proseguir su búsqueda. Pero en ese momento en que se muerde el labio inferior con rabia, la enigmática sonrisa del librero vuelve fugazmente a su mente. ¿Qué significaba aquello?¿por qué parecía tan complacido con la confusión de Aúrea? El esbozo de una idea se perfila en su imaginación.
Mira el reloj y con una sonrisa victoriosa al descubrir que tiene el tiempo justo de volver a la librería antes de su cierre, sale corriendo por la puerta, con las botas mal abrochadas y el corazón latiendo fuerte.
Una media hora más tarde y con el mismo aire marcial, entra por la puerta de la librería tropezándose ligeramente con un cartel de cartón que a tamaño natural, publicita mediante la silueta de su protagonista, el último tomo de una saga literaria de moda. El librero vuelve a esbozar una sonrisa sardónica ante la vista de aquel espectáculo." ¿Qué la trae de nuevo por aquí?"-pregunta risueño. Aúrea, tratando de recuperar la respiración tras el embarazoso momento vivido segundos antes, sólo puede pronunciar las palabras que hace ya una hora ocupan su mente:¿De casualidad se llama usted Gastón?
"¿Y qué cambiaría si así fuera?"-espeta él, entre amargo y burlón. Áurea se detiene unos minutos por primera vez a mirar al librero como persona, en vez de como obstáculo humano con el que hay que realizar un no por consabido menos molesto intercambio de palabras antes de lograr salir de la tienda con el precioso objetivo de un libro que la permita huir de su cómoda, trazada, predecible y aburrida cotidianeidad para evadirse en el mundo de aquéllos que no temen vivir su vida. Y entonces entiende.
"No"-responde con dulzura-"no cambiaría nada". Y le sonríe. "Siempre y cuando se comprometa a complicarme la vida". El librero la mira a los ojos y sonríe también. Su sonrisa es franca, limpia y cariñosa. "Claro"-asiente mientras la toma de la mano. "Simplemente ven conmigo". Y ambos salen a la luz de la tarde, dejando detrás la sencilla librería, oscura, pero llena de historias maravillosas e irrepetibles escondidas tras las tapas viejas y grises de polvo, esperando a que alguien con la suficiente sensibilidad para ver más allá de las pastas, se atreva a vivirlas.


Laura del Río
Sara del Río