martes, 17 de marzo de 2015

HAPPY BIRTHDAY MISTER PRESIDENT!




El tacto de un barril de petróleo resulta frío y desolador una vez convertido este en el último compañero vital, pensaba José Cabo abrazado al cilíndrico recipiente mientras trataba de sobrevivir a un imprevisto shock anafiláctico.

Alrededor de su imponente cuerpo enroscado en torno a uno de los contenedores petrolíferos que hacían las veces de pedestal para las innumerables mesas, sus 32 ministros acompañados por sus 111 viceministros, se disputaban los variados manjares de cocina internacional escogidos para la fiesta.

En la inmensidad del jardín de su mansión costera, los 143 amigos más cercanos del Presidente de la República parecían ajenos a los estertores de su generoso anfitrión, que no había escatimado en los festejos de su 51 cumpleaños, poblando el jardín de ex reinas de belleza, exquisiteces culinarias y mares de alcohol.

Entre las risas, los balbuceos borrachos y los repetitivos estribillos de las bachatas de fondo, las peticiones de auxilio del dirigente se disolvían en la nada.

Solamente el excéntrico pie de mesa presenciaba hierático su caída a los abismos.
Un simbólico emblema capitalista al que a pesar de su engolado discurso comunista, José siempre había amado.
Sin embargo, en estos últimos minutos de su existencia, el reflejo distorsionado que el barril ofrecía de su rostro estalinista, le provocaba el mismo rechazo que los espejos del túnel de los horrores.

Ironías del destino, su último día en el mundo coincidiría con el primero en las páginas del calendario, siendo un  “Jardín de las delicias” el fresco final que captasen sus retinas.
Y acertado era comparar aquel escenario con el cuadro flamenco dividido entre los placeres celestiales y los infiernos terrenales, dada la multiplicidad de escenas protagonizadas simultáneamente por sus hombres de confianza.

El ministro de Trabajo por ejemplo, yacía tumbado a escasos metros sobre el césped abrazado a su joven y voluptuosa acompañante, una actriz novel que juguetona le ofrecía fresas  en un improvisado boca a boca.

Algo más alejado pero perfectamente encuadrado en su campo de visión,  el viceministro de Deporte hacía honor a su ministerio corriendo detrás del ministro de Industria para recuperar la que al parecer, era la botella de Dom Perignon superviviente.

Por su parte, el ministro de Educación Universitaria había conseguido sentar a unos cuantos comensales a su alrededor, dibujando un círculo en  el suelo, adoctrinándoles incansablemente con su repertorio ilimitado de chistes verdes y antiamericanos. Sus interlocutores se retorcían entre risas histéricas como niños que juegan en el barro, aplaudiendo en las pausas teatrales del monologuista, en una especie de eufórico nirvana.

Observando cómo todos daban cuenta de su gabinete de curiosidades particular ignorando su presencia, el presidente sintió que la garganta le ardía de cólera y rabia ascendiendo en un torrente sanguíneo que colapsaba en las puntas de su impoluto bigote.

¡Maricones!-gritó con sus últimas fuerzas Cabo.

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